El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer en un esfuerzo por visibilizar la desigualdad existente entre hombres y mujeres y la necesidad de realizar acciones concretas destinadas a alcanzar la equidad de género.
Históricamente la conmemoración surge en los Estados Unidos en el seno del partido socialista como una forma de visibilizar los derechos de las mujeres trabajadoras; siendo adoptado, con posterioridad, por el movimiento de la Internacional Socialista en Europa (ONU, AG Resol. N°32/142). En la década de 1970, bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas, se declara al año 1975 como el “Año internacional de la mujer” y, en 1977, la Asamblea General exhorta a los Estados miembro a que –conforme a sus tradiciones y costumbres– declaren el 8 de marzo como el “Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional” (ONU, AG Resol. N°32/142). Ello dio origen al decenio de la mujer y a una serie de conferencias periódicas con el objetivo de establecer la situación real de éstas en la sociedad y los estándares aplicables a los fines de reconocer y garantizar sus derechos, incluyéndolas como sujetos con derechos humanos específicos.
Este año, se cumplen 25 años de la Declaración y Plataforma de acción de Beijing, documento adoptado a instancias de las Naciones Unidas que significó el primer programa de reconocimiento, visibilización y acciones a nivel internacional y nacional en materia de acceso y goce efectivo de derechos por parte de mujeres y niñas con miras a lograr la equidad de género con sus pares hombres, bajo el entendimiento de que éstas eran un factor clave en la promoción, mantención y aseguramiento de la paz internacional.
A pesar del avance a nivel normativo y de estándares y compromisos aplicables en materia de reconocimiento y protección de las mujeres, lo cierto es que continúan existiendo formas concretas de discriminación basada en el género hacia mujeres y niñas. En años recientes se ha observado a nivel regional –interamericano–, un incremento en los hechos de violencia hacia las mujeres perpetrados por familiares, parejas, amigos; como también, por extraños, siendo un común denominador la sola condición de ser mujer. Así, los ataques no sólo se dirigen a un cuerpo y su axioma físico, sino también a lo que éste representa socialmente, y las asunciones propias de la asimetría de poder que éste encierra y que demuestran la existencia de estereotipos de género que perpetúan, de manera estructural, la discriminación hacia las mujeres, ya sea en su faz directa como indirecta.
El foco de discusión llevó a la visibilización de aquello prohibido y silenciado durante tantos años: la violencia intrafamiliar, abusos sexuales en el matrimonio, embarazos forzados, acoso y abuso en ámbitos laborales, femicidios, abortos clandestinos, derechos sexuales y reproductivos. Lo privado traspasó el ámbito invisible y se volvió público, exigiendo políticas públicas que aseguren los derechos de las mujeres.
En numerosos países de la región, como del resto del mundo, comenzó a alzarse una voz en reclamo por una vida libre de toda forma de discriminación y violencia, no para celebrar, sino para recordar el camino recorrido y lo que resta por hacer, con miras a organizar los objetivos, a sumar acciones y accionantes, a promover nuevas visiones sobre lo que significa la igualdad de género, no ya con una visión feminista propia de los países desarrollados, sino con miras a incluir a lo interseccional, lo que fuera relegado a los márgenes de las distintas cartografías.
Muchas discusiones se mantienen dentro de las distintas teorías feministas acerca de qué entendemos que es una mujer, cómo se representa, la diversidad de corporeidad, las necesidades propias atendiendo a su lugar de origen, el respeto hacia los valores religiosos, etc. Sin embargo, es posible afirmar que las cifras actuales nos mantienen en una lucha constante que va más allá de un día al año y nos proyecta a través de los años venideros en pie de unidad, no sólo de mujeres por su sola condición de tales, sino de la sociedad en su conjunto, porque una vida libre de toda forma de violencia involucra a todos los actores, ya sean hombres o mujeres –sin importar su identidad y orientación de género–, estatales y no-estatales.