LA CRISIS CLIMÁTICA NOS INTERPELA EN EL CALENDARIO DE JUNIO

Junio trae consigo varias efemérides ambientales que refieren a cuestiones urgentes ligadas al cambio climático y sus impactos ambientales, económicos y sociales. Entre ellas se encuentran el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio); el de los Océanos (8 de junio); y el de Lucha contra Desertización y la Sequía (17 de junio). Estas fechas ameritan una reflexión sobre las evidentes y drásticas consecuencias del calentamiento global: aquellas a las que debemos adaptarnos, pues son ya irreversibles, y aquellas que imperiosamente debemos mitigar.

La causa, se sabe, es el modelo global de desarrollo insostenible, que atraviesa nuestros patrones y cultura del consumo, todos ellos difícilmente reversibles a tiempo para evitar el aumento de la temperatura media global muy por debajo de los 2°C, y lo más cerca posible de los 1.5°C.

La relación entre cambio climático y los derechos humanos fue reconocida por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 2008, que señala que éste pone en peligro el disfrute de una gran variedad de derechos humanos, en particular los derechos a la vida, a la salud, a la alimentación, al agua, a una vivienda adecuada y a la libre determinación. Entre los principales factores, se encuentran:

La escasez y potencial desaparición de los suministros de agua debido al derretimiento de los glaciares.

La sequía extrema que favorece los incendios en bosques, los ciclones y los tifones, afectando la producción agrícola y ganadera.

La deforestación y elevación del nivel de los océanos, que entraña riesgo de inundaciones y erosión.

Enfermedades y epidemias producto de las olas de calor e inundaciones.

Malas cosechas debido a la disminución de las precipitaciones.

Inestabilidad de las estaciones con consecuencias para la flora y fauna.

Cobra importancia en este contexto el concepto de “Justicia Climática”, que reclama el reconocimiento de la deuda ecológica que gobiernos de países industrializados y corporaciones transnacionales deben al resto del mundo como resultado de su apropiación de la capacidad del planeta de absorber gases de efecto invernadero. Y es que, en efecto, las consecuencias del cambio climático exacerban la desigual distribución de la riqueza y las inequidades más flagrantes. Son los países menos desarrollados, carentes de recursos, infraestructura, economías diversificadas y tecnología, los más expuestos a crisis alimentarias y sanitarias, a desplazamientos demográficos y a los conflictos que potencialmente de ello resulten.

El concepto de “Justicia Climática” reclama el reconocimiento de la deuda ecológica que gobiernos de países industrializados y corporaciones transnacionales deben al resto del mundo como resultado de su apropiación de la capacidad del planeta de absorber gases de efecto invernadero.

Es esperanzador que voces como la de Greta Thunberg hayan calado en la calle y en los espacios de poder. No sólo demuestran que el cambio depende de cada uno de nosotros, sino que también nos convocan a exigir a gobiernos locales, nacionales e internacionales iniciativas que atiendan la crisis climática; y nos intiman a sacudir nuestra inercia y a redefinirnos como consumidores, ciudadanos, sociedad y humanidad en nuestra conexión con la naturaleza y la supervivencia misma de nuestra especie.